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sábado, 8 de agosto de 2015

EL HUMOR DE LA CASTAÑERA

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El Humor de la castañera


Andaba toda ella cansina bajo los copos de nieve sumergida en sus pensamientos y en el frío de sus manos.
Lola no sabía donde estaba, giraba confusa sobre sus pasos, a su alrededor no distinguía casi nada, nubes blancas y suaves  era cuanto había en su entorno -¿Donde estoy?  tengo que poner mi parada de castañas ¿Y las calles? ¿Y la gente?
De pronto en un claro mirando hacia la profundidad fue divisando pequeñas casas, gente, coches, árboles... Fue observando con detenimiento,  abajo, una mujer regordeta de unos cincuenta años y pelo canoso se afanaba en prender el fuego aventando con un periódico viejo, sacos de castañas apostados a sus pies esperaban para ser tostadas y  despachadas a los transeúntes.
Su voz áspera y monótona cantaba al son del abanico, las chispas subían brillantes y ligeras, el aroma a tostado empezaba a inundar la zona. -“Con el frío que hace, voy a venderlas todas.” “Que ansias tengo de retirarme” “No me queda ná, uf.”
Una chica entristecida y llena de frío frotó sus heladas manos, se acercó cautelosamente con mirada piadosa -¿me das una castaña?–musitó, Lola la observó -“empezamos bien”- rumió, volvió a mirarla y su corazón se dulcificó, le alargó con su mano enfundada en sus viejos guantes  una castaña calentita -”gracias por el regalo”- dijo  ella   tiernamente y tímida sonrisa.
¡¡¿Regalo?!! se oyó un poco más lejos, unos chavales en plan festivo, gritaron al unísono, los demás se volvieron, -¡¡Ey, por aquí regalan castañas!!- De repente Lola se vio envuelta en una muchedumbre que la acosaba por doquier. -“que no regalo nada, a pagar quien quiera castañas” ¡¡maldita sea!!- las manos la rodeaban, brazos  se colaban enredados unos con otros, voces estridentes la envolvían, Lola les vapuleaba con el periódico cual moscas cojoneras, la fuerza de la gente derribó los sacos y las brasas rodaban por doquier calentitas y frías mezcladas.
Las calles se llenaron de pequeñas pelotas marrones entre la nieve, la gente caía resbalando con ellas, pies alzados y manos al aire era cuanto se veía, los perros las perseguían cual conejo en su huida, los niños las lanzaban divertidos, aquello se había desmadrado por una castaña.
Lola miro a su alrededor, tapó su cabeza con el negro pañuelo, cogió como pudo su cesto y se dispuso a irse, el negocio estaba cerrado, más bien no existía.
Salió como pudo a todo correr tropezando con la gente amontonada en la nieve hasta apisonar un montón de castañas,  un pie, otro y el traspié fue tal que apareció en el otro extremo de la plaza.
La chica entristecida comió su castaña calentita, su tristeza se desvaneció, observó divertida la escena y se fue tranquilamente, había cumplido su misión.
Lola observó desde arriba el bullicio y pensó -“¿queréis castañas? “Pues ahí van”.
Se sentó en una nube, arremango su falda de cuadros verdes, cogió el viejo cesto de mimbre y como un partido de tenis, fue lanzando castañas a ojo, la gente recibía los golpes buscando de donde venían, -¡¡ castigo divino!!-  se oyó en un rincón, -¡¡ regalos del cielo!!-  nadie veía nada, solo castañas calentitas que caían del cielo con perversidad.
-¿Queríais castañas gratis? ¡¡pues ya las tenéis...!!
-Castañas, Castañas calentitas.