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El Humor de la castañera
Andaba toda ella cansina
bajo los copos de nieve sumergida en sus pensamientos y en el frío de sus
manos.
Lola no sabía donde estaba,
giraba confusa sobre sus pasos, a su alrededor no distinguía casi nada, nubes blancas y suaves era
cuanto había en su entorno -¿Donde estoy? tengo que poner mi parada de castañas ¿Y las
calles? ¿Y la gente?
De pronto en un claro
mirando hacia la profundidad fue divisando pequeñas casas,
gente, coches, árboles... Fue observando con detenimiento, abajo, una mujer
regordeta de unos cincuenta años y pelo canoso se afanaba en prender
el fuego aventando con un periódico
viejo, sacos de castañas apostados a sus pies esperaban para ser tostadas
y despachadas a los transeúntes.
Su voz áspera y monótona cantaba al son del abanico,
las chispas subían brillantes y ligeras, el aroma a tostado empezaba a inundar la zona. -“Con
el frío que hace, voy a venderlas todas.” “Que ansias tengo de retirarme” “No
me queda ná, uf.”
Una chica entristecida y llena de frío frotó sus heladas manos, se
acercó cautelosamente con mirada piadosa -¿me das una castaña?–musitó, Lola
la observó -“empezamos bien”- rumió, volvió a mirarla y su corazón se dulcificó, le alargó con su mano enfundada en sus viejos guantes una
castaña calentita -”gracias por el regalo”- dijo ella tiernamente y tímida sonrisa.
¡¡¿Regalo?!! se oyó un poco más lejos, unos chavales en plan festivo, gritaron
al unísono, los demás se volvieron, -¡¡Ey,
por aquí regalan castañas!!- De repente Lola se vio
envuelta en una muchedumbre que la acosaba por
doquier.
-“que no regalo nada, a pagar quien quiera castañas” ¡¡maldita sea!!- las manos la rodeaban, brazos se colaban enredados unos con otros, voces estridentes la envolvían, Lola les vapuleaba con el periódico cual moscas cojoneras, la fuerza de la gente derribó
los sacos y las brasas rodaban por doquier calentitas y frías
mezcladas.
Las calles se llenaron de
pequeñas pelotas marrones entre la nieve, la gente caía resbalando con ellas, pies
alzados y manos al aire era cuanto se veía, los perros las perseguían cual conejo en su huida, los niños las lanzaban divertidos, aquello se había desmadrado por una castaña.
Lola miro a su alrededor,
tapó su cabeza con el negro pañuelo, cogió como pudo su cesto y se dispuso a
irse, el negocio estaba cerrado, más bien no existía.
Salió como pudo a todo
correr tropezando con la gente amontonada en la nieve hasta apisonar
un montón de castañas, un pie, otro y el
traspié fue
tal que apareció en el otro extremo de la plaza.
La chica entristecida comió
su castaña calentita, su tristeza se desvaneció,
observó
divertida la escena y se fue tranquilamente, había
cumplido su misión.
Lola observó desde arriba el
bullicio y pensó -“¿queréis castañas? “Pues
ahí van”.
Se sentó en una nube, arremango
su falda de cuadros verdes, cogió el viejo cesto de
mimbre y como un partido de tenis, fue lanzando castañas a ojo,
la gente recibía los golpes buscando de
donde venían, -¡¡ castigo divino!!- se oyó en un rincón, -¡¡ regalos del cielo!!- nadie veía nada, solo castañas
calentitas que caían del cielo con perversidad.
-¿Queríais
castañas gratis? ¡¡pues ya las tenéis...!!
-Castañas, Castañas
calentitas.